Una extraordinaria visita
No pensaba escribir de nuevo en tan corto
espacio de tiempo, pero como las urgencias, hay que atenderlas lo antes
posible. Mi extraña vivencia fue el 2 febrero 2015 a las 20,15 h., hasta la mañana
a las 8,14, la inenarrable historia de una extraña visita de 12 h. Hay
historias de toda una vida que puedes describirla en 5 minutos, que pasan sin
pena ni gloria, y otras como ésta, que ya marcó mi vida para siempre.
Soy persona de muchas y grandes vivencias, más en los últimos
años o al menos es lo que percibo, desde mi regeneración
integral y rejuvenecimiento, iniciado a los 63 años, pasando por otras muchas menores, pero mi inesperado encuentro con un colibrí (hembra,
diría por su plumaje, aunque no es lo importante) desborda todo límite y
expectativas con un animal, que se te mete en el salón de tu casa cercana la
puesta de sol de un día en el ocaso del verano austral. Debo decir que la superficie de la escena es de unos 75
m2, y la altura en una zona sobrepasa largamente los 4 m., lleno de luz y
ventanales, que otras veces ha sido una trampa para algunas especies de pájaros
e insectos, algunos de esta misma especie, ya que penetran por puertas o
ventanales abiertos, que nos permite disfrutar del aire, y las vistas sobre el
río Queguay.
Sin ir más lejos, el viernes saqué a una
golondrina que entró la víspera al anochecer, por los ruidos percibidos durante
la cena, si bien hace algunos meses me visitaron en dos ocasiones colibríes durante 60 y
30 minutos respectivamente, dos parientes del de anoche, ¿o era alguno que volvía?.
En aquellas 2 ocasiones tuve testigos, entre ellos Alba, pero la tecnología,
con la que empiezo a familiarizarme, me permitió sacar más de 300 fotografías
con mi móvil, algunas extraordinarias, muchos "selfies" . Me
inclino por una 2ª visita dada su seguridad, exhibicionismo, destreza en su
vuelo y movimientos, y su acercamiento, esto, con mucho, lo más inaudito e
increíble.
En
verdad, el atrevimiento y acercamiento fue mío, él o ella lo permitía explícitamente. Entró
en el salón a esa hora, cuando noté su inconfundible vuelo, y
le dije como dirigiéndome a alguien que me entiende: si esperas un momento
vuelvo en seguida, y fui por el
móvil, que como muchos ya dispone de una excelente cámara
fotográfica, varias fotos en penumbra.
El móvil lo dejo en el porche dado que, en mitad de la nada y
junto a un importante río, suele haber problemas de señal, ya que
se cuela a intervalos con frecuencia una señal argentina. Nada más entrar,
empecé a hacerle desde el suelo algunas fotos, pensando que en cualquier
momento desaparecería, pero me estaba esperando, y yo, vista su
actitud, me tomé el atrevimiento, cual encantador anfitrión, de
acercarme poco a poco, no asustándolo con movimientos bruscos, y ahí
comenzó el momento de magia y de juegos, lo notaba camarada y confidente, como
viejos y avenidos conocidos. Y aquí empezó la sesión fotográfica.La vedette modelo, inexperta como yo en mi
nuevo trabajo, me impuso su ritmo. Apenas me daba tiempo de hacerle una foto,
pues nada más oír el click levantaba su vertiginoso vuelo, revoloteando en un
mismo círculo de no más de 3 m. y al poco volvía posándose sobre la enorme
lámpara ovalada de hierro forjado que pende encima de una mesa de 3m de largo;
y lo hacía en el mismo lado, de forma que apenas tenía que moverme para
seguir mi fascinante trabajo.
Vista su descarada actitud, me descalcé
los suecos de goma que de andar por casa, y apoyándome en una silla, me
subí en el centro de la mesa, justo dentro de la figura oval de la lámpara que
circunvala a la altura de mis hombros, y ahí empezó el acercamiento y coqueteo.
Aquel diminuto pajarito me invitaba acercarme sin limitaciones, ni se inmutaba,
y en el transcurso de minutos, sus periódicos revoloteos, de similar amplitud,
los dirigió hacia el norte. En todos alzaba el vuelo, rozando las vigas o el
techo ocasionalmente, siempre por encima de mí, y volvía casi al mismo lugar; a
veces, al reiniciar rápidamente el vuelo no me permitía hacerle una segunda
foto, era fallida o la captaba en pleno vuelo, quedando su imagen difuminada,
casi espectral.
Y cada vez la distancia se acortaba; recordaba viejos tiempos de
conquistas, de muda comunicación, de permitirnos ciertas libertades no
expresadas, y pasado mucho rato, la distancia fotográfica era de unos pocos
centímetros, los necesarios para que aquel diminuto pajarito saliera entero en
la pantalla del móvil, muy superior a su tamaño. Como si fuese una persona a la
que le indicas, por mucho que me acerque, no te muevas. No hacía ni amago de
moverse, ni pestañeaba, la sesión le tenía fascinado, como a mí, interrumpido
solamente por el ruido del disparador. El ir y venir con sus veloces vuelos,
podría interpretarse, o de alegría, o como un niño que no puede permanecer
estable en un mismo lugar, quizás por nerviosismo.
Y de ahí pasé al ataque; me atreví a colocar cerca mi mano de su
pequeño cuerpo, tan cercano que podía acariciarlo, y ahí repetía una y otra vez
sus idas y venidas, volviendo al mismo lugar. Interpretando que le pedía
que adoptara otras posiciones, me dejó tomarle algunas fotos de espalda, de
perfil, con el cuello más o menos erguido, y aleteaba prolongadamente cuando se
posaba. Hacía el papel de una diva. En una ocasión dejó su ala izquierda
extendida apoyada sobre el hierro forjado, imitaba esas poses de estrella que
se siente admirada, en un acto sublime de coquetería. El disfrute del momento
subía exponencialmente. Y llegado un momento en que el sol se había puesto y
apenas quedaba luz para fotografiar, me atreví a acercarme como un niño
travieso, buscando darle un beso en su pico; se dejó darlo durante unos
segundos, permaneciendo inmutable durante el acto, su piso entre mis labios; me
recordaba el comportamiento consentido de una doncella en su alcoba, aguardando
a su galán. Solo que se habían invertido los papeles, y era ella quien me visitaba.
Al cabo de un rato volví a repetir la experiencia del beso, con poca luz y fotografías obscuras. Ahí faltó la presencia de Alba. Lo que sentí aquella tarde grabó mi mente y mi corazón.
Cuando no hubo luz para seguir la sesión, me bajé de la mesa,
encendí primero una lámpara de pie cercana, y a continuación la lámpara oval, y
me subí de nuevo a la mesa. Transcurrido unos minutos de permanecer a la luz,
junto a 4 bombillas de bajo consumo, el pajarito empezó a desplazarse hasta la
ventana que está en la parte superior y regresar cada vez más tarde , bien por
el cansancio, bien acabado el embrujo de la penumbra, o el exceso de luz tan
cercano, y se fue acomodando en la ventana. Respetando su actitud, lo dejé
descansar. Le preparé un poco de miel sobre una roja tapa de plástico, y un
poco de agua sobre otro llamativo recipiente, pues acostumbran a llamarles la
atención los colores, sobre todo los rojos y amarillos. No noté que lo tocara,
pero no puedo afirmarlo.
Tuve que cerrar los postigos, pues habían empezado a entrar
insectos y otros bichos, atraídos por la luz, y cerré la puerta, pensando que
mientras fuera de noche no iba a moverse, como así fue. Antes de irme a la
cama, salí al porche y oí ruido de enjambre de abejas. Efectivamente, sobre una
potente luz que ilumina el entorno revoloteaban desordenadamente, ya que la luz
les hace perder la noción, y poco a poco iban muriendo. A poca distancia, un
enorme sapo (cururú) permanecía al acecho. Menuda cena le esperaba.
Me desperté a las 6,20 de la mañana y ya estaba jugueteando, por
lo que encendí el móvil y volví a hacerle algunas fotos, y le dejé una ventana
abierta de par en par. Podía marchar cuando lo creyera oportuno, como una
amante furtiva. Al poco me fui de vuelta a la cama, pues no suelo levantarme
antes de las 7, y entonces regresé de nuevo y empezamos con otra sesión
fotográfica, que duró casi la mitad de tiempo de la víspera, e hice otras 170
nuevas fotos. A continuación, haciendo un alto en la sesión, abrí la puerta de
la calle, y al poco descubrió el hueco, por el sol y por el viento.
He de ser muy sincero, esta historia depende quién me la cuente,
es para ponerla en cuarentena. Como empiezo a conocer a la gente, y sé de
muchos que mienten más que pestañean, tomé infinidad de fotos muy evidentes,
sobre todo, porque hacía mucho tiempo no había disfrutado tanto; en este caso,
una historia que dudo me vuelva a ocurrir. Me considero una persona muy
afortunada.
Hay que despertar consciencia.
Yo fui este annciano.
HERMOSO!! Sublime! Ellos reconocen la buena energía. Ellos, los colibríes, las aves... Los animales.
ResponderEliminarMagico encuentro ....!!!!! Maravilloso...solo de leer me emocione..Gracias por compartir Antonio...Un abrazo,,,!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir
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